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El mito de la Biblioteca de Alejandría: ni sucumbió a un incendio ni perdimos todo el saber de la época

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El mito de la Biblioteca de Alejandría: ni sucumbió a un incendio ni perdimos todo el saber de la época

“Los manuscritos de Aristóteles, los comentarios platónicos, las obras de teatro, las historias... El testamento del dios hebreo. El libro de los libros…”. En Cleopatra, la famosa superproducción dirigida por Joseph L. Mankiewicz que vieron en su momento millones de personas de todo el planeta, uno de los ayudantes de la reina egipcia le dice esto a Elizabeth Taylor mientras la pantalla nos muestra la devastación casi total de la ciudad. César ha quemado hasta los cimientos la más rica biblioteca de la historia, el mayor refugio del saber que por entonces cotejaba la Humanidad, haciendo retroceder quién sabe cuántos siglos los posibles avances de aquellos pueblos que estaban intuyendo que la Tierra era redonda o que el vapor, encauzado mediante máquinas, podía tener utilidades prácticas.

Esta hollywoodiense recreación histórica ha sido una de tantas ficciones que nos ha hecho creer que un día, de forma categórica, la Biblioteca de Alejandría desapareció para siempre pasto de las llamas, una metáfora viva sobre la fragilidad del saber y lo rápido que puede acabar el sueño de nuestra memoria. Un mito erróneo, como ya te estás figurando.

El origen del mayor panteón del mundo conocido

Tras vencer a los persas, Alejandro Magno fundó en el 331 a.C. una sucursal con su sello, la mejor de todas las Alejandrías, de ahí que la apodase como La Grande. Por su posición estratégica, esta importante urbe egipcia portuaria, enlace con buena parte del comercio de la época, estaba destinada a grandes cosas, y una de ellas era recopilar bajo el mismo techo todo el conocimiento del mundo. O, bueno, no exactamente bajo el mismo techo, puesto que eran dos: lo que hoy conocemos como Biblioteca eran en realidad dos centros, uno adyacente al otro, el Museion o Biblioteca Interior y el Serapeum o Biblioteca Exterior.

Alexandria Pompey S Pillar View Of Ruins
Ruinas actuales del Serapeum de Alejandría, donde la Biblioteca de Alejandría trasladó parte de su colección después de que se quedó sin espacio de almacenamiento en el edificio principal.

Durante la dirección de Ptolomeo III se impuso una norma importantísima: todos los barcos que atracasen en la zona tendrían que permitir que los funcionarios se apoderasen de los escritos que llevaban. Los escribanos de la ciudad copiaban después los ejemplares y le daban la copia a los viajeros, conservando el original en sus instalaciones.

Eso significó dos cosas: la primera, que la biblioteca era enorme y, sin lugar a dudas, la colección más cuantiosa de todas sus coetáneas, de ahí que el epíteto de “memoria de la Humanidad” esté bien puesto. La segunda, que Alejandría operaba como destino esencial para los eruditos, que viajaban allí tanto para instruirse como para generar sinergias y nuevo conocimiento, algo que ocurrió durante dos siglos largos.

Ahora bien, durante muchos años se ha cacareado de cifras de rollos que los historiadores más escépticos no toman por buenas: si se hablaba de entre 500.000 y 700.000 volúmenes sumados entre el Serapeum y el Museum en su época de esplendor, los más conservadores creen que deberíamos quitarle un cero a las cifras para ser cautos.

Los veinte finales de la famosa “memoria de la Humanidad”

Screenshot 2
Este grabado recrea el incendio que quizá destruyó parte de la Biblioteca en el año 47 a.C., durante la guerra entre Cleopatra y su hermano. 1876.

Y aquí empiezan las fabulaciones. La que ha impregnado el imaginario toma como origen la batalla de Julio César en el 48 a. C. El emperador, sitiado, mandó a sus soldados que prendieran fuego a unos barcos egipcios para poder escapar, y las naves ardientes extendieron accidentalmente el fuego a las zonas colindantes a los muelles, causando una devastación considerable. Séneca el Joven fue el que inició la concepción de que el militar quemó “los 40.000 rollos de la Biblioteca” mientras que otros autores, con menos resonancia histórica, hablaban de que se quemaron pergaminos de unos edificios de los astilleros que no tenían por qué ser necesariamente los tesoros del archivo. Sí cabe la posibilidad de que se quemase parte de la colección, pero revisando otros textos de la época se sabe que los sabios siguieron visitando la Biblioteca durante un par de siglos después de su supuesta destrucción.

Al fiasco romano le siguió la supuesta quema por parte de Teófilo en el 391 d. C. y más tarde el asalto de los árabes, del que se escribió en modo propagandista. Todo el mundo está de acuerdo, eso sí, en que a partir del siglo VII d. C. la Biblioteca ha dejado de existir del todo.

Pero su muerte no fue posiblemente causada por la barbarie de los caudillos, o no al menos por completo, sino que entró en juego otro factor igualmente amargo: el desinterés. Para cuando llegaron los malvados musulmanes que se supone quemaron los papiros para calentar los baños, pero es posible que aquello que Amr estaba destruyendo no tuviese ya ningún valor intelectual.

El papiro era un material muy delicado y caduco. Antes de la época de los pergaminos medievales, los archivistas de la época tenían que haber hecho esfuerzos constantes y titánicos por realizar nuevas copias de cada libro cada pocas décadas. El declive de la propia Alejandría habría servido también como compás de la decadencia de aquella Biblioteca que quedara tras el daño causado por César. Además, puede que los contemporáneos fuesen viendo que cada vez era menos urgente preservar textos cuyos conocimientos estaban siendo superados por la teología cristiana que fue ganando apoyos.

Por otro lado, se sabe que muchos de los textos que se creían desaparecidos para siempre han sido hallados después en otros puntos del Mediterráneo, posiblemente por las copias que de esos papiros circulaban. Lo que sí podría decirse es que el fin de la Biblioteca como centro neurálgico de intercambios intelectuales y la dispersión y falta de índices documentales de dónde estaba el conocimiento de la época pudo suponer un freno al desarrollo literario y científico del momento.


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